5 dic 2008

Resumen 'El Coronel no tiene quien le escriba'

Era octubre y, como todos los años en este mes, el coronel y su mujer, la cual sufría asma, se acordaron de su hijo fallecido, Agustín. Éste, junto con sus amigos, era muy aficionado a las peleas de gallos y en una de estas Agustín murió por repartir información clandestina. Desde entonces el coronel cuidaba al gallo de su hijo esperando que en enero pudiera ganar dinero con las apuestas.
El coronel y su mujer vivían en una época en la que existía la censura en los periódicos y películas y en la que se utilizaba el toque de queda. Éstos hacía tiempo que no salían debido al luto por su hijo.
El coronel, como todos los viernes, acudía a buscar la correspondencia, ya que le prometieron una pensión por su servicio en la Guerra de los Mil Días, pero éste ya había esperado quince años y la carta nunca llegaba ante la desesperación de su mujer.
A pesar de que el coronel y su mujer eran muy pobres y tenían que empeñar sus cosas para conseguir algo de dinero, siempre tenían cuidado del gallo aunque a la mujer del coronel no le hacía gracia. Más tarde, los amigos de Agustín se ofrecieron para encargarse del gallo hasta el comienzo de las peleas.
El coronel y su mujer pasaron por altibajos y quisieron vender el gallo a Don Sabas, padrino de Agustín, pero finalmente el coronel se arrepintió.
El coronel también recibía la información clandestina, la cual se la daban el médico del pueblo y los amigos de Agustín.
El coronel siempre tenía la esperanza de recibir la pensión, incluso cambió de abogado y escribió una carta para reclamarla, pero de nada sirvió.
Ya era diciembre y el coronel seguía creyendo que recibiría la carta, pero una vez más no había nada para él. Tras salir de la oficina de correos, el coronel escuchó alboroto en la gallera, por lo que entró y encontró a su gallo peleando. Entre la multitud de gente que aplaudía al gallo, el coronel lo cogió y volvió a su casa. Una vez allí su mujer le explicó que los amigos de Agustín se lo habían llevado para entrenar, por lo que el coronel decidió definitivamente que no iba a vender el gallo aguantando las quejas de su mujer.

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